Como Ramanujan y como Pierre de Fermat, ya desde sus épocas de estudiante sorprendía a quienes lo conocían por resolver problemas sin pedir ayuda. Según Pablo De Nápoli, que fue su profesor en la UBA, «Miguel fue brillante. Vino a una materia de teoría analítica de números, ¡pero sabía más que yo del tema! Cuando terminó, me dijo que quería hacer la tesis de licenciatura sobre eso. Leyó el trabajo por el que [Terence] Tao ganó la medalla Fields [apodada “el Nobel de la matemática”], y un día apareció con una tesis ya toda escrita. Muy bien escrita. Incluso con generalizaciones originales de ese trabajo”.
Teresa Krick, ex directora del Departamento de Matemática de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, cuenta que casi nadie lo conoce en profundidad. “Es muy solitario –comenta–. Lo vi en persona cuando estaba por defender su tesis doctoral y alguna vez hablé un poquito con él cuando lo nominamos al Premio de las Américas. Varias de las revistas en las que publicó sus trabajos son de las mejores de la disciplina”.
Miguel es Miguel Walsh (37) y acaba de ser galardonado con el Premio Salem, que otorga el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton (IAS) y es considerado uno de los más importantes de la matemática. En octubre de 2014, Miguel recibió el premio Ramanujan, que lleva el nombre del genio indio que redescubrió la matemática occidental solo y casi sin entrenamiento formal cuando todavía no tenía 20 años, y luego hizo extraordinarias contribuciones particularmente importante en teoría de números. Se le otorgó la distinción, administrada por el Centro Internacional de Física Teórica de Trieste y la Unión Matemática Internacional, con 26 años y se convirtió en el más joven en recibirlo desde que en 2005 comenzó a financiarlo la Fundación Niels Henrik Abel. Meses antes había sido elegido para recibir la beca del Clay Mathematical Institute, que reconoce anualmente también a matemáticos sobresalientes de menos de 45 años. La otra seleccionada es Yilin Wang, que actualmente trabaja en el IHES, que es el equivalente francés del IAS y uno de los tres o cuatro centros de investigación más selectivos del mundo.
Enterado del premio, el célebre físico argentino Juan Manuel Maldacena, uno de los más citados del mundo y que hace muchos años trabaja en el IAS expresó: «Muchas felicitaciones para él, y también para la UBA por tener un investigador excelente como profesor. Lleva muchos años y esfuerzo construir una buena universidad con investigadores de punta, como Miguel».
Posdoctorado en la Universidad de Oxford, sus logros sugerían que emigraría a algún país desarrollado. Y aunque muchos intentaron seducirlo, decidió quedarse en la Argentina y hoy es profesor del Departamento de Matemática en Exactas/UBA e investigador del Conicet.
“Mi paso por Oxford fue muy entretenido –comenta, vía email–. A poco de llegar me nombraron Fellow de uno de los colleges principales, lo que me permitía conversar diariamente con muchas de las figuras centrales de distintas áreas de la ciencia. Sin embargo, después de que pasó la novedad, la realidad es que la vida allá no me convencía del todo. Pasé algún tiempo en los Estados Unidos, en lugares como [las universidades de] Berkeley, de Princeton y de California en Los Ángeles. Luego, me invitaron a dar una conferencia en el Congreso Internacional de Matemáticos, que ocurre cada cuatro años, y para cuando se realizó, en 2018, ya había decidido volver a la Argentina. Desde entonces estoy acá como profesor titular de la UBA e investigador del Conicet, dándome el gusto todos los días de pensar desde mi país en los problemas que más me fascinan de la matemática”.
La historia de Walsh (sobrino nieto del escritor, al que no llegó a conocer) no puede menos que deslumbrar. Nació en Almagro, pero más tarde se mudó con su familia a Palermo, donde estudió en la Escuela Argentina Modelo. De esas épocas, se recuerda como un alumno «normal», que no se destacaba.
«Siempre me gustaron las tareas que tuvieran algún grado de creatividad y en la escuela la matemática era la materia que menos me atraía –contaba hace diez años–. Pero tuve la suerte de que cerca del final del secundario me crucé con problemas abiertos que podía entender. Y ahí me di cuenta de que la matemática era algo diametralmente opuesto a lo que yo pensaba. Que en realidad había mucho espacio para crear”.
Obtuvo su licenciatura en tres años y medio, y completó su doctorado en dos años y medio, bajo la supervisión de Román Sasyk. El trabajo fruto de esa investigación, así como el resto de los que publicó solo llevan su firma, no tiene coautores.
Cuando se le pide que explique qué investiga responde: “Un tema en el que obtuve resultados el año pasado y creo que jugó un rol importante en este premio es el estudio de la sucesión (o función) de Liouville. Es una secuencia de 1 y -1 de fundamental importancia cuyos primeros valores son 1,-1,-1,1,-1,1,.. y así continúa infinitamente. Hay dos razones por la que es de mucho interés entender esta secuencia. En primer lugar, sabemos que esto nos permitiría comprender cómo se comportan los números primos [aquellos que son divisibles solo por 1 y por sí mismos], que son uno de los objetos centrales de la matemática. Los números primos surgieron originalmente como una curiosidad y con el tiempo se fue clarificando su rol fundamental en distintos aspectos de la matemática. Si pudiésemos entender mejor la función de Liouville, podríamos responder preguntas sobre los números primos que nos intrigan desde hace cientos de años. De hecho, si supiésemos con precisión con qué frecuencia aparecen el 1 y el -1 en esta secuencia, eso nos daría una respuesta a la Hipótesis de Riemann, quizás el problema más famoso de la matemática. Esto nos lleva a la segunda razón por la que nos interesa esta secuencia. Resulta que hay un montón de problemas que pueden involucrar desde las posibles formas de objetos geométricos hasta el modo en que evolucionan ciertos fluidos con el tiempo, que no sabemos cómo resolver pero nos damos cuenta de que todos parecerían tener una naturaleza similar al comportamiento de esta función. En cierta forma, parecería que una gran cantidad de fenómenos están encapsulados dentro de esta secuencia y por ende se cree que estudiar la función de Liouville nos llevará a desarrollar nuevas ideas y conceptos que cambien la forma en que entendemos una gran parte de la matemática. Es por ello un tema fascinante. Lo que hice en mis últimos trabajos es aportar algunas ideas nuevas al estudio de esta función. Por ejemplo, es muy importante poder entender si todas las secuencias finitas de 1 y -1 aparecen en la secuencia de Liouville, por ejemplo: pueden aparecer 100 unos consecutivos o mil? Una de las consecuencias indirectas de mis investigaciones es una estrategia general para acercarnos a la respuesta de este tipo de preguntas”.
A muy grandes rasgos, la matemática se divide en análisis, álgebra y geometría. El premio Salem es la distinción más importante en análisis, área dentro de la cual se encuentran el análisis armónico, la teoría analítica de números, la teoría ergódica, el estudio de sistemas dinámicos, la probabilidad, el análisis complejo, el estudio de espacios métricos, la combinatoria y muchas otras. “Puesto que cada una de ellas cuenta con una gran cantidad de matemáticos brillantes, recibir esta distinción es un gran honor –confiesa–. Incluso descartando la gran cantidad que luego ganaron la Medalla Fields, la lista del resto de los premiados está conformada por matemáticos a los que admiré desde el comienzo de mi carrera. Para mí, es un reconocimiento inmenso. Parte del premio es una invitación a ir al IAS y dictar una charla. Aunque ya fui varias veces, es un lugar especial que siempre es un placer volver a visitar”.
Solitario, según todos los que lo conocen, sin padres o hermanos que se hayan dedicado a la ciencia, Walsh hasta ahora publicó todos sus trabajos como único autor. “Algún investigador joven puede estar leyendo esto y es un poco lo que no hay que hacer –advierte–. Sí, todos mis trabajos son sin coautores. Mi manera de trabajar es muy sencilla. En las áreas en las que trabajo hay ciertos problemas centrales que son cautivantes y que en muchos casos llevamos más de cien años tratando de descifrar. No hago más que pensar en ellos, estudiarlos y dejar que eso me vaya guiando hacia cuáles son las ideas y conceptos que parecería ser necesario desarrollar. Cualquiera que se dedique a la investigación científica sabe por qué éste sería un pésimo consejo para dar a los investigadores jóvenes, pero levantarme en la mañana sabiendo que mi tarea es simplemente pensar sobre estos problemas fascinantes le da un inmenso placer a mis días”.
También sorprende que, dadas las dificultades que presenta estar lejos de los centros internacionales, haya decidido volver. “Es una pregunta que me hacen con frecuencia y no tengo ninguna respuesta sencilla. Claro que tengo mis razones, pero es una suma de pequeñas cosas que es difícil de sintetizar. El hecho crucial es que a pesar de las innumerables desventajas respecto de quienes se encuentran en los centros internacionales, estando acá puedo encontrarle la vuelta a practicar mi profesión al más alto nivel. Si mi investigación requiriese inversiones muy grandes, otra sería la situación. Recibí ofertas muy generosas de varias de las principales universidades del mundo, pero poder desarrollar mi investigación en mi país tiene para mí un valor muy especial”.
Dado su récord impresionante (a comienzos de este año también recibió otros dos premios, el del Instituto de Ciencias Matemáticas de América durante la Mathematical Waves Conference en Miami, y el de la Unión Matemática de América Latina y el Caribe), no son pocos los que auguran/esperan que el próximo paso sea la Medalla Fields. Pero Miguel se desentiende de esos honores. “Cuando decidí radicarme en la Argentina y debido también a los tiempos que demandan los temas en los que elegí trabajar, di por sentado que esto implicaba no recibir ese tipo de distinciones –destaca–. Que hayan decidido de todas formas otorgarme el Salem e incluirme así en una lista con tantos de mis ídolos para mí ya es mucho más que suficiente”.
A pesar de que genera todo tipo de controversias e ilusiones, Walsh no abre juicio sobre el papel que tendrá la inteligencia artificial en la matemática. “No soy un experto en el tema, pero creo que es inherentemente impredecible cómo puede evolucionar la inteligencia artificial con el tiempo y no veo a priori por qué no podría superar a los humanos en cualquier aspecto –afirma–. Aunque debido a la particular combinación de pensamiento racional y creatividad que requiere la investigación matemática avanzada, es probable que para cuando logre superarnos, lo habrá hecho en toda tarea intelectual, sea esta científica o artística”.
Y concluye: “La matemática es realmente algo muy misterioso y fascinante. Simplemente mediante el pensamiento los humanos tenemos acceso a las complejas y elegantes estructuras que la conforman y en cierta forma implican lo que observamos en la naturaleza. Es muy extraño. A la vez, cuando uno empieza a entender sus reglas, ve que este es un universo notablemente estético. No tendría por qué ser así. Explorar lo que no entendemos de este universo abstracto es una tarea que requiere de una peculiar combinación de pensamiento racional y creatividad que lo hace una actividad apasionante”.
Fuente: El Destape